18 abr 2008

Humo

El sol lo vislumbré apenas tosí y elevé la mirada hacia ese velo hecho de humo que tapizaba al firmamento, brillaba allí: en un costado del cielo, era amarillo como en el atardecer, no resplandecía con la hondura suficiente para incrementar mi resaca, una resaca que podría denominar moral, y no lo digo por algún criterio que obedezca a una serie de valores, sino porque a esa melancolía que me iba desterrando de mis anhelos no la he podido denominar como melancolía y mucho menos como nostalgia y la palabra depresión me trae a la mente una historia clínica[1]; las calles estaban inundadas de humo, todo había comenzado por un incendio que ocurría en las islas del delta cercano a la ciudad, me figuraba unas llamas que se iban segando apenas tocaban las chispas húmedas del fluido oscuro que es ese río insondable; los primeros días nadie se preocupó, esa mañana el asma retornó a mí como una amenaza, no podía hinchar mi espalda lo suficiente sin toser, y si me atrevía a hacerlo podía ocurrir un ataque que durante años había sido desterrado[2], no me planteé la opción de morir de esa manera, el suicidio sólo me resultaba seductor en los instantes en que lo veía lejos de mí, en esas noches donde flotaba la cerveza barata en mis sienes junto a un exceso de confianza que residía en la convicción de que nada volvería a despertar, me espetaba un disparo imaginario que se elevaba junto a las cenizas de los cigarrillos muertos en el piso, con dirección a una dimensión inaccesible para mí en los instantes de sobriedad; caminé rumbo al tren subterráneo, tenía que realizar mis labores diarias, esas que me aplazaban las imágenes que brotaban de mi y retornaban al mismo lugar de origen como golpes desgranados desde una eternidad que a medida que me alejaba de mi nacimiento, se borraba de mis ojos[3] o al menos así lo presumí, bueno, la cuestión es que a medida que me acercaba a la estación, el olor a árbol calcinado me llenó de una ausencia que sólo emergía ante cualquier resquicio de ausencia de vida que tenía ante mí, así podía ocupar mis vigilias, enterrarlos en mi cotidianidad sin que esta me agobiara y de esa manera lograra responder mejor a cada uno de los quehaceres diarios pues simplemente no me interesaban; el día prometía, el incendio se acrecentaba y los boletines noticiosos no cesaban en pronosticar que la situación atmosférica habría de empeorarse a medida que las horas fueran avanzando; encendí el último cigarrillo que me quedaba en la cajetilla, maldije porque sabía que iba a tener otro ayuno obligado[4], pero pronto me vi detenido por un policía, no lo puedes hacer, me dijo, y yo con mis dejos de miedo, con la reverencia que siempre he asumido por sustracción de mí mismo, por mi desanimo, por mi total desinterés ante cualquier movimiento revulsivo que implique una oposición, guardé el cigarro en mi bolsillo; no entendí la razón de la restricción, este era el escenario propicio para los fumadores, en definitiva, todos se estaban estropeando los pulmones y ello nos otorgaba a los adictos, la cualidad de ser elementos inocuos para la salud; la inundación de humo prosigue y no he podido fumar. Soy presa de ese intento de resguardarnos de la muerte mientras morimos.

Aszeta

[1] Una vez mi prima fue internada en un psiquiátrico, ella creía ser María Antonieta, y la solución fue suministrarle pastillas que debía utilizar diariamente, mi prima las consumió de acuerdo a la receta que le dieron, pero después de un tiempo se cansó, y si bien en un comienzo cayó en un estado de mutismo similar al de su crisis, jamás logró reincidir en el mismo estado, ahora trabaja como una brillante ingeniera en una prestigiosa firma, y simplemente deja que los días discurran en ese estado de ánimo que se balancea como una canoa a merced de las olas y jamás naufraga.
[2] El ventilán y su efecto sólo llega cuando alguna mujer o un hombrecito que me gusta, se revela en mi espacio de visión, que por cierto es bastante limitado, si tengo en cuenta la progresiva miopía que va destajando mi mirada.
[3] Mi sobrino está creciendo: De bebé vislumbré en sus pupilas el infinito, pero ahora lo desprecio tanto como a los demás, se ha ido perdiendo en esta masa humana entregada a los rasgos efímeros de los días.
[4] Siempre preferí gastar el dinero en unas cuantas bocanadas de alquitrán que en cualquier cosa que implicara el movimiento de mis dientes.

1 comentario:

Addiction Kerberos dijo...

esta impotencia e imposibilidad de realización que ya no tienen nombre porque se pierden en los nombres, todo deja de ser posible cuando todo es posible e igual aplica a la imposibilidad sólo que en grados de dolor que no toleran analgésicos.

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