Cartero en los Balcanes
En cualquier ciudad Yugoslava en 2008; una población replicada como un recuerdo escabroso que emerge en mitad de la oscuridad de noches insomnes e interminables. El cartero, sentado en un andén, esculca en su mochila de cuero mareado, encuentra sobres con destinatarios y sin direcciones. Se figura lo que jamás pasó por su vida, incluso, la vida misma. Ignora cuál es el norte o el sur, el este y el oeste se desparraman en la inmune certeza de las carencias. Ríe con la canícula a pesar que adentro suyo discurra un llanto acaecido durante una tempestad balcánica y se vislumbra muriendo bajo la caída helada que emite la boca ciega de una ducha. Se incorpora y no sabe si ha partido o ha llegado.
2 comentarios:
Qué desconcierto tan extraterrestre el de ese cartero en Yugoslavia 2008. Un tiempo que desertó de su visitante y lo dejó con una tarea imposible de llevar a cabo. Esa estruendosa risa que palpita desde la calle de los balcanes y que sólo deja la sensación de brusca pérdida me situó en el punto en que mi cuerpo ya no sabe cómo emular respuesta.
Sentado entre montañas de escombros, permanece el cartero. Lejos de esta ciudad, o quizá en la misma, curtida por las peripecias del tedio, está quien como yo, o un cualquier otro, podría esperar una carta, que lo dijera todo, o dijera simplemente algo, aplacando este silencio.
Una carta sin camino: la misiva que no alcanzará a quien la anhela. Una ciudad, como una vida en ruinas. Allí se espera.
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