Desencuentro
- Hay un punto plateado en el cielo
- ¿En dónde?
- En el occidente
Elevé la mirada pero en medio del nerviosismo que me ocasionaba el tumulto de gente no me permitió detenerme a observar el cielo límpido que aparecía con una amenazante libertad de moribunda.
Atribulado, alcancé al maldecir el estar en medio de esa marcha que no me interesaba, pero que debía ver para poder tener la perspectiva de devengar algún dinero que me dieran por la nota. Todo hubiera sido más sencillo si me limitara a ver lo que decían en la televisión, pero mi acostumbrado hábito de paliar el aburrimiento – siempre devenido en intentos que no lograban su objetivo y que más bien acrecientan mi agotamiento- me obligó a partir a la plaza, a embadurnarme de todos los gritos abrigados por un odio ajeno que henchía a las voces hasta hacerlas insoportables.
Le llamé luego de mis vanos intentos por ver el cielo que con su luz insultaba mis ojos miopes.
- No lo veo, pero tómele alguna fotografía.
- No tengo cámara.
Sin que hubiera colgado y mientras que le decía que llamara a alguna emisora o a un número de emergencia para que tuvieran en cuenta que un objeto extraño se divisaba desde la ciudad aterida de marchas, me reproché mi esperanza de poder ver aunque fuera en una imagen lo que él veía, como si se pudiera fotografiar alguna aparición de las que tuvo el crucificado en sus cuarenta días en el desierto, como si se fotografiara el hastío que atraviesa a las lejanas constelaciones y que viene a mostrarnos todo lo que la carencia de sentido puede hacer a través de viajes que surquen galaxias.
Luego de colgar, intenté ir a contracorriente de la avalancha homínida que me asfixiaba, pero no lo pude hacer, siempre había alguien que se paraba delante de mí y no me dejaba seguir avanzando.
El estaría mirando cómo ese punto plateado se desgajaba en partes más pequeñas, recordaría sus correrías por las llanuras clavadas como una herida en medio de una incipiente selva, siendo alguna mujer con el pelo negro y muy pálida que se resguarda de su asexuamiento progresivo a través de sus miradas a firmamentos nocturnos, siempre clavados de cadáveres que resplandecen a través de siglos que triplican su propia melancolía.
El coqueteo de la revelación se le había presentado justo ese día en que sería propicio el último estruendo del tiempo. Trataría de pronunciar, de predicar las enseñanzas que le vinieron desde que supo que no era de Arauca sino de alguna entidad vagabunda que sobrevolaba el vacío que divide las soledades cósmicas, a sabiendas que todo lo había olvidado, que lo escrito se suspendía en su memoria, instantes anteriores a que su lengua profiriera la primera palabra en un idioma que sólo le ha ocasionado su dicción confusa del mismo lenguaje que gritaban todos los presentes en la plaza.
Coronado por la bandera de Colombia, el capitolio atropellaba la luminosidad del cielo y el estruendo del himno nacional junto a las manos sudorosas que se estrellaban por órdenes de alguien invisible que se erigía en una tarima , me restó imaginar la caída del punto plateado como una última obnubilación, como un último desencuentro que nos arrastrara en una tormenta acaecida por los cálculos de ese Dios desamparado que él podía ver a pesar que ni siquiera el viejo que veía el punto le hiciera caso.
Sin embargo, nada acabó, al otro día me encontré con él, con su cara tan roja como la mía por el sol excitado de la vigilia precedente, intentando pronunciarme ese encuentro lejano que lo dejó herido como a una bestia que sólo ha sido cazada a medias y cruza parajes insondables aguardando el gesto postrero de su agonía.
Aszeta
1 comentario:
1- Profeta ancestral
2- Profeta cósmico
3- Crucifixión.
Manoseados por revelaciones del infinito que resquebrajan la materia por siempre los más vulnerables a los atropellos. Inca soberano coronado antes de la conquista que besa la cruz que le atraviesa sin entender por qué la comunión con este santo espíritu ensangrentado, coronado como él en espinas y derrocado del reino de este mundo. Un griego en la Jiménez que respira el atlas de las bitácoras a recorrer en busca de nuevos territorios en el cual prestar su alma a la ablación descarnada de tribus enteras de amazonas intempestivas. Una polilla en Praga que no está en Praga y mira el cielo como su última esperanza para alcanzar la llanura infinita que le torpedió los sueños.
Muchas gracias hijodeperra.
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