8 may 2008

Ascenso

Subimos la montaña escarlata con las espaldas un poco pesadas, un poco áridas de las palabras invisibles e inservibles que nos enfangaron. Esperamos la caída de la luna acorazada para expurgar cada uno de los exterminios innombrables que nos fueron disecando. Luego intentamos adentrarnos en el campo de las ausencias, en ese donde las onomatopeyas quedaban como el último reducto donde podíamos acurrucarnos de los balazos propios de un llanto amenazante. Nos vimos, sabíamos que alguno debía partir. Así ocurrió sin que mediara un sendero lineal del tiempo, sólo un salto como el de los electrones; y entonces él no dijo nada, dio un salto que lo llevó a otro planisferio, a una concavidad propicia para sus ojos trasegados. Ahora intento vislumbrarlo perpetrando algo irrepetible, apareciendo en crónicas de lenguajes crípticos en los que su cansancio se convierta en un aderezo más del escenario estrellado de donde provino, y que no se figure estar elevándose, sino viendo ese pedazo de él que le hace persistir. No puedo negar la desazón que me embargó, en definitiva, es mi amigo, ese ser que a pesar de venir de muy lejos no me menospreció, o mejor decir, me apreció en mi dimensión, sino que se acurrucó para escucharme, me permitió danzar a su lado en el borde de una estepa sin final donde el vértigo fue el reflujo de una nostalgia precaria como la mía, salida del espacio y del tiempo como la de él. Quedé en la montaña escarlata, divisando a algo que empapa al firmamento, a ese don irreconciliable con los días y el tiempo desperdigado como un mensaje salido de ningún lado y dirigido a parte alguna. No puedo negarlo, es mi amigo, y eso pesa a la hora de la partida. Descendí de la montaña escarlata, que dejó de serlo cuando dejé el último paso a merced del olvido seco de su superficie. Apenas partí rumbo a la llanura interminable, volteé mi cara y me encontré con una espesura verde que se erigía como un indicio que me decía que a donde se marchó mi amigo no fue la espesura de la niebla sino a un onomástico de los días que suceden sin que pase alguno, o quizá a la simple curvatura donde queda él con los suyos en el sitio donde no hay lugar para relicarios ni esquelas, y que aún quedan los mensajes flotando entre él y yo. No me resta decir más que un saludo desde la tierra ajena que trasiego aguardando por un encuentro cuya espera me es suficiente para que él esté.

Aszeta

2 comentarios:

Addiction Kerberos dijo...

gracias, amigo mío, gracias.

Javier Cea dijo...

PELUSA, cambié la dirección del blog.
Recien leí lo que escribiste y seguis igual de fracasado, perdiendo tiempo. Ya te lo dijimos un par, no escribas más.
Saludos por ahí

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