29 abr 2008

II

Y no queda sino mencionar las palabras de siempre, esas que aparecen en las tapas de los libros que promocionan nuevas soluciones a los conflictos de pareja, o a la llamada depresión mucho más recurrente y menos peligrosa que el SIDA: Desastre emocional, desastre escriturario, desastre anímico, desastre. Como el titular de un diario amarillista, como una banalidad que se clava en una pantalla interminable. No queda más que ese promontorio de nombres de siempre que siempre sobran; como la adición de una respiración más, como el miedo de reproducirla, como el miedo de no hacerlo, como la afrenta constante de una muerte improbable a manos de uno mismo. Y las lecturas enciclopédicas de cuantos se han matado, dejando al menos una carta, un pequeño desarraigo que sirva para las horas, para embriagarse y dormir y despertar más adolorido. No queda más que llenar algo con palabras, con menciones a lo impronunciable, con el deslinde a ese aburrimiento que sólo discurre gracias al envejecimiento. Los ríos se van trazando en el rostro, aguardando por los años que uno espera evitar.

Aszeta

1 comentario:

Addiction Kerberos dijo...

Esos años/esos anos/ probables que desde la oscuridad se burlan como una ciudad en ruinas que sabe su fin será el olvido y hasta las cauces empiezan a alejarse de una tragedia que nadie quiere presenciar y sólo uno permanece, como a la espera de los bárbaros, pero sólo el único bárbaro que resta es uno, que cobarde se aferra a observar la sangre sobre la calcinada arena.
(Cito a Cavafis porque soy un lugar común en el que siempre se recae, con el mismo dolor siempre renovado. Y siempre tan poco atractivo como un comentario en el trasero de la solapa)

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