4 sept 2008

Monólogo

No me dijiste nada. Ahora supongo cómo mi figura se iba disminuyendo en el marco del ventanal del autobús, mientras éste se alejaba contigo a bordo. Sin embargo, ello supondría que te diste vuelta en el asiento para seguirme observando, para notar esa masa con extremidades que se quedó quieta y pensativa, tratando de encontrar la forma de hallar algún lugar dónde dormir. Puede que no haya ocurrido nada de eso, sino que más bien te sentaste como una persona en estado catatónico y a partir del momento en que tu trasero se apoyó en el asiento mullido del autobús, el olvido se convirtió en nuestro espacio común. Por eso es que te escribo contándote que aún no tengo hogar, que desde que partiste no he contado con la suerte suficiente para hacerme a algún techo y que en las tardes que camino por el centro de esta ciudad que, junto a sus habitantes, desprecio cada día más, me paro frente a alguna vitrina aterida de televisores y veo a personajes de telenovelas que entran y salen de casas y departamentos con la naturalidad con que cualquiera de nosotros respira y ello me llena de la indiferencia suficiente para saber que pasaré otra noche de invierno bajo la luz opaca de estas noches lejanas. Te escribo sabiendo que esto no lo vas a leer e ignorando a quién le dirijo estas palabras.

Aszeta

2 comentarios:

Addiction Kerberos dijo...

Aprendí a escribir cuando las palabras ya nada significaban. Así como empecé a leer en el incendio de la biblioteca de Alejandría. Estas letras cercenadas me consumían como el fuego en la cabeza. Ya nada tenía sentido sino consumirse sin haber brillado.

Juan dijo...

Cada vez que escribís el adjetivo "aterido/a", me acuerdo de Bolaño.

Me regalaron El gaucho insufrible, cuando lo termine te lo presto.

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