1 nov 2008

Una búsqueda

Fue la orinada más feliz de sus días. El líquido chispeaba con la luz del sol que entraba por el pequeño ventanal del baño simulando un extraño y preciado material. Recordó la historia de un hombre que se había dedicado a trabajar tanto en una micción cuyo producto fuese perfecto, que culminó muriendo frente al inodoro, y luego de la autopsia, fueron encontrados diamantes de un color similar a la champaña en su vejiga. Fue la salida del baño mas afortunada de sus días; lo alejaban del culmen de su empresa, unos treinta metros que había desde su casa al granero donde esperaba encontrar al chico. Tantos años de espera por fin habrían de rendir su fruto, una espera que nació desde su primera experiencia con una gallina en la casa de campo de su abuelo paterno; estaba recogiendo los huevos, y se erguía su miembro, sediento de algún lugar en el cual instalarse y moverse hasta que escupiera el liquido lechoso que tantas veces vio desperdigado en traseros de distintos animales (incluyendo, algunas mujeres y otros hombres en la época en que creyó caer en la locura fácil del amor que no se encuentra) , levantó a una de las gallinas para inspeccionar su postura diaria, un arrebato que se concentró en su pelvis y sus manos, ocasionó que se bajara el cierre del pantalón y empalara al animal que emitió un fuerte cacareo que pronto se ahogó y el cuerpo del ave tembló, justo en el momento en que el adolescente acababa. Su abuelo nunca sospechó de la conducta del nieto, cuando notó que el numero de gallinas disminuía, hizo lo que creyó, era lo lógico: Dejar sin trabajo al encargado del galpón y éste, sin más alternativa que la del ruego, le pidió al nieto de su patrón que le ayudara; la solicitud le vino como anillo al dedo al adolescente que, sin dudarlo, le pidió su trasero, la reacción del encargado fue un golpe que dejó al joven tendido en el suelo y al antiguo trabajador en la cárcel por lesiones personales. Fue la mañana mas promisoria de sus días, bastaban unos pocos pasos para abrir la puerta del granero que otrora fue de su abuelo, y en el que estaba el chico que seguramente dormía, como el amigo de su hermano menor, cuando lo sorprendió un domingo; el niño no se dio cuenta de la andanada hasta cuando sintió un miembro erecto en su deyector, y no tuvo más remedio que aguardar a que aquella arma perdiera su tensión y que los resoplidos de quien estaba encima suyo se acabaran para poder vestirse y salir corriendo de esa casa a la que nunca volvió. Las que mejor lo habían amado eran las gallinas; las prostitutas siempre se quejaban o le pedían mas dinero si el quería entrar en sus traseros, las novias o novios que tenía, le pedían besos subsiguientes que el jamás pudo dispensar con total convencimiento, pues los pedidos formaban parte de un circulo distinto al del amor, en el cual toda entrega era un torrente irrefrenable, así que una vez saldados todos los requisitos propios de los sujetos de su estofa, es decir, luego de haber obtenido los diplomas pertinentes, decidió retirarse a la casa de campo de su ya difunto abuelo, en donde tuvo las gallinas suficientes para entregarse a sus propios gruñidos y los movimientos temblorosos y moribundos de las aves y recordarlos en las noches estrelladas en su cama sencilla y ruidosa. Fue el momento mas glorioso de sus días; la puerta chirrió un poco y el niño fue azotado por la luz matinal que lacero sus parpados cerrados aun, estaba acostado en posición fetal, quizá tratando de protegerse de la helada que aquella madrugada había caído sobre todo el campo; perfecto, pensó el amante pues quizá habría de toser mientras lo estuviera penetrando, clavando como al padre del niño, quien luego de haberse entregado a él, tomo una gran dosis de veneno para ratas sin importarle dejar solo a su entonces hijo de un año en estado de orfandad y con la única posibilidad de ser cuidado por el patrón que lo había accedido una noche en la que se lo pidió en medio de una borrachera y a lo cual accedió sin dar el mas mínimo resquicio de resistencia. Fue el momento mas fulgurante de sus días; el niño se puso en cuatro, sin necesidad que él se lo ordenara, y sólo emitió un pequeño graznido cuando él tomó su miembro y lo introdujo entre la tierna y virgen cavidad del chico de doce años; al intentar taparle la boca con su mano, el niño se la mordió hasta que salió un poco de sangre de la misma, lo que lo impulsó a moverse con cierta furia que lo hizo olvidar todos esos años de espera, de constante entrenamiento al muchacho, el cual consistió en el ejercicio simple de acariciar su deyector mientras el chico descansaba luego de ayudarle a recoger y limpiar los huevos que estaban en el gallinero. Cuando acabó dentro del chico, éste le dijo que le gustaría quedar preñado, y se abrazaron y por primera vez se dieron un beso que desembocó en otra mordida, hasta que ambos sintieron un suave sabor metálico de sangre que hubo de iniciar ese amor cuya conclusión acaeció pocos minutos después, cuando el chico le dijo que ya era hora de partir, de entregarse a su propia búsqueda amorosa. Esa tarde no fue la última ni la más triste, solo una más de las que le faltaron para morir en paz y aguardar la última entrada de aire en sus pulmones. Cuando murió, el chico ya no era chico, sino un hombre grande que lloró sobre la tumba del único hombre que había amado.

Aszeta

2 comentarios:

Addiction Kerberos dijo...

El ano es la energía oscura que impulsa al universo en su inflación, como el vientre del chico que clama por ser embarazado en un único impulso violento en que se devora a su deyector.

Anónimo dijo...

¿Pueden describirse los efectos engrendrados por este texto? : risa y miedo; reprovación y deseo; idetificación, horror, ternura, amor y morbo.

Bastante bueno...

Cada vez más AsZeta.

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